Te creo, te creo

Hace unos meses revisaba un relato entregado como asignatura de una clase. En éste, una alumna escribió un diálogo donde un personaje se explica a otro, y el último responde: te creo, te creo. La frase me cautivó,  la ambigüedad que yo leo en ella es inagotable. 

"Te creo, te creo", quizás carezca de profundidad en el contexto del relato. Una rendición al relato del otro, aceptando que lo que se dice es verdad. Pero la frase, intencionalmente o no, se construyó con palabras polisémanticas por homófonas y homográficas: creo y creo. Yo creo, porque soy creyente; yo creo, porque soy creador, o viceversa. Las posibilidades son alucinantes. 

La frase, inscrita así en el relato sin mayor detalle, implica que el personaje: uno, cree porque crea, cree la verdad del otro porque inventa al otro y conforma así una visión del mundo propio; o dos, crea porque cree, construye al otro desde que cree en el otro, el otro siendo algo así como una idea pre-existente. La realidad es creada o creída, y una cosa, en este argumento francamente confuso y potencialmente idiota, lleva a la otra. 

¿Se cree en la realidad porque se construye, o se construye la realidad porque se cree en ella, preexistentemente?

Yo, hoy, voy por la primera. Yo creo lo que creo. Creo en el mundo porque lo toco, lo veo, lo huelo, lo siento, lo construyo viviéndolo, y en el camino hay lugar para descubrirlo todo.  

Me parece fascinante la idea de la materia inerte que, por naturaleza propia–física, química, biológica–, se haya construido una máquina de pensar la realidad y, por lo tanto, a sí misma. 

Si hay magia y divinidad, está en la materia, y no carente de misterios. Mientras me preparo para el día escucho acercarse por el pasillo un tic, tic, tic, tic, tic, las garras de mi perrita acercándose y mirándome desde el marco de la puerta. No lo sabe –y no le importaría si lo supiera–, porque basta la existencia: pero igual que yo la creo porque la creo, ella me cree porque me crea.